miércoles, 27 de marzo de 2013

XVIII Salón Internacional del Cómic de Granada: La Conversación.


Y llegó el momento de escuchar al maestro. En mi caso, como en el de muchos otros, ésta era la razón principal que me impulsó a acudir al Salón. No todos los días tienes la oportunidad de escuchar en directo a una persona del talento de Quino.

Con gran acierto, la organización consiguió habilitar una de las salas de proyección de Kinépolis para la misma. En un primer momento, pensé que iba a resultar excesiv (pasadas experiencias lo demostraban) pero no fue así. Apenas quedaron unos pocos asientos libres.

La charla comenzó con treinta y cinco minutos de retraso; lo habitual en Granada. Sin embargo, y en honor a la verdad, puede que esta vez no se debiese a una mala gestión sino, más bien, a la avanzada edad del artista.

Le recibimos con una calurosa ovación y comenzó la "lección". En ella, respondió a las preguntas que todos esperábamos y compartió diversas anécdotas de su vida. Desde cómo surgió Mafalda, hasta por qué se le conoce mundialmente por una etapa de su carrera de diez años   en la que  desarrolla  estos personajes, a pesar de haber trabajado durante más de cincuenta en el mundillo.

A mí, particularmente, hubo tres momentos que me tocaron "la patata".


El primero de ellos fue cuando el maestro explicaba cómo, a través de su tío que trabajó para un periódico local ocupándose de diversos aspectos gráficos, le descubre el dibujo.Aquella "varita mágica", que su tío llamaba lápiz, era capaz de producir todo tipo de cosas que lograron emocionar poderosamente al entonces niño. Él le facilitó el acceso al material con el que ,posteriormente, nos regalaría su vida.

El segundo momento fue aquél cuando, preguntado por el proceso de creación, contestaba con humildad, y una cierta molestia, que las ideas llegaban siempre en el  último momento, con la fecha de entrega ya encima. Fue reconfortante, lo admito, constatar que pese a su genio y talento, esa experiencia nos igualaba en lo humano.

Por último, y casi al final de la sesión, respondía a la clásica cuestión de  a qué creía que se debía el éxito de Mafalda. Y con una sencilla y brutal sinceridad, contestaba dubitativo: "Qué sé yo"

Fueron unos momentos muy tiernos en los que confesaba que, en su infancia, fue aquel niño tímido para el que todo suponía un  problema, y al que todos conocimos posteriormente a través de sus tiras con el nombre de Felipe.


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